
Cuando conoces a un chico, osea, te enamorás de él, sentis que todo lo que hiciste en tu maldita vida tuvo sentido. Es decir, que todo lo que sufriste o perdiste, todo fue por él, para encontrarlo, para besarlo y drogarte con su perfectisima sonrisa. Y cuando te toca, cuando te roza, cuando te pasa sus benditos dedos por la cara, sentis que no hay una sensación más malditamente perfecta que esa. Su boca te rueda por la piel, quemandote, pero una se acostumbra a la fiebre y la respiración entrecortada, que te consume poco a poco. Una siente que no se puede mover, aunque él sea una pluma, una maldita y perfecta pluma que pesa sobre tu ser, y le da todo aquello que siempre quisiste, nunca entendiste y ahora sentis sobre tu caliente piel. Y te duele tanto mirarlo, como a una luz asquerosamente cegadora, demasiado para vos, demasiado para otras, y a la vez solo tuyo... Ahi, al alcance de tu mano, de tu boca, de tus ojos. Como si todo o nada fuese tuyo, como si no importase que el despertador marcaba las dos y como si esa maldita voz no estuviera sonando en tus oidos. Control, control, control. Nadie quiere equivocarse, nadie quiere arruinar su vida. Sin embargo te duele, te duele la realidad chocando contra tu cerebro, como millones de historias que atraviezan tu pecho mostrandote que, después de todo, hay algo más alla de esas paredes que te rodean, del aire caliente que te acaricia el cuello, y anteriormente era llamada tu vida. Y esto que tenés, es lo único que tenés. Lo único que importa, lo que más amas en el universo. Una simpatica pregunta es si darías tu vida por él, cada respiro que te fue concebido por una persona que llegó hace más o menos un año. Y como un resorte, llega el SÍ, QUIERO. Con las campanas en el fondo, como si cerrar ese gran y pesado libro dependiese de ¿cuánto? ¿Cincuenta y siete segundos? Arrojarse con todo y vestido al vacío, arriesgarse a la nicotina, lagrimas frías y las deliciosas pastillas para dormir. Ignorancia pura. Como si no supieras cuanto queres a una persona, como si no supieras todo lo que darías por él. Control, control, control. Nadie quiere equivocarse.
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