
Son las siete menos diez y la cabeza me palpita, literalmente. No entiendo donde estoy parada, que estoy haciendo, que estoy pensando; No entiendo nada de nada, mi vida dió un giro de 180º y respiro en un mundo donde jamás pensé que iba a estar. No tengo ganas de hacer nada, y a la vez, tengo tantas cosas por hacer. No quiero salir, ni hablar, ni comer, ni dormir. Y a la vez, no me quiero quedar quieta, ni sentada, ni callada. No me quedan ganas de bañarme, ordenar o hacer un resumen de toxicología, no tengo impulsos ni inspiración. Me siento un ente en el mundo donde vivi siempre, y si pudiera pedir un deseo, sería volver a agosto del 2009 (o, en su defecto, desaparecer del mundo de los vivos) Juro por dios que nunca me pareció tan vacía la gente, tan llena de nada, tan egoísta y sobre todo tan absurda. Necesito a tantas personas al mismo tiempo, que me estén encima, que me hablen de muchas cosas al mismo tiempo, que me abracen, que me mimen, y a la vez, quiero ser hermitaña y hundirme en una cueva para llorar durante dos o tres meses. ¿Por qué la vida es tan, tan, TAN complicada, Dr. House?
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